Por: Gustavo Toro Aparicio
El momento de terminar una carrera es algo indescriptible: es una sensación de euforia y adrenalina al 1000%, irradias felicidad, te sientes invencible, que todo lo puedes lograr.
Pero esta historia no comienza aquí. Todo comenzó el día que decidí ponerme en forma: 26 kilos de exceso de peso eran razón suficiente para cambiar de estilo de vida. Así que el día que empezaban mis vacaciones decidí inscribirme en un gimnasio.
No fue una decisión espontánea, hubo algo de presión por parte de mi esposa, pero a fin de cuentas acepté hacerlo y creo que ha sido de las mejores decisiones de mi vida. Al principio, me resistía al cambio pero no me desanimaba. Sin embargo, poco a poco empezó a gustarme, y a las pocas semanas el gimnasio ya no era suficiente.
Decidí buscar un reto, algo que me fuese difícil de conseguir. Por casualidad vi una publicidad de la carrera Excellent Series New Balance 15K y me dije: “Ya encontré el reto”. Tenía claro que intentaría correr la 7K y no las 15k, ya que nunca había corrido más de 1k en mi vida.
Empecé a prepararme, o al menos eso pensaba yo. Al día siguiente en el gimnasio traté de correr lo que más pudiese en la caminadora, resultado: no pude correr 200 metros seguidos. Que decepción!!. Pensé: Si no puedo correr 200 metros seguidos sin agotarme, ¿cómo voy a afrontar una carrera de 7k? ¿en qué me he metido?
Sin embargo, eso no me desanimó, y seguí entrenando en el gimnasio, aumentando progresivamente las distancias recorridas. Faltando 4 semanas para la carrera, pude terminar los 7K en la caminadora en 73 minutos, nada deslumbrante, pero igual ya tenía un punto de partida, un tiempo para mejorar.
Es bien sabido que correr en una caminadora es muy diferente a correr en pavimento, de manera que tenía que salir a la calle y medir realmente de que estaba hecho, y lo descubrí de la peor manera. En mi primer entrenamiento en la calle, no pude durar 500 metros seguidos, el dolor en las rodillas y planta de los pies era insoportable, ya que se siente mucho más el impacto en cada pisada, que cuando se hace en el gimnasio. Ese día no pude llegar siquiera a correr 3K, aunque en el gimnasio ya llegaba a 7K, pero continué, entrenando tanto en el gimnasio como en pavimento, y gradualmente fui mejorando mi resistencia y mi velocidad.
Dos días antes de la carrera, había perdido casi 14 kilos, corría los 7k en casi una hora, y tenía mucha más resistencia. Finalmente el día de la carrera llegó, la hora de probar si todo ese esfuerzo iba a ser suficiente para superar mis límites. Ver tantos participantes, lejos de intimidarme, me alegró mucho, me hacía sentir participe de algo bueno.
Luego del calentamiento obligatorio, por fin se da inicio a la carrera. Los primeros 200 metros fueron indescriptibles: no había voces de aliento, nadie hablaba, y solo se escuchaba el golpeteo de los tenis contra el pavimento, casi como el galope de caballos, aunque con menos intensidad. Muchos corredores me sobrepasaban y no me importaba, mi carrera era contra la distancia, contra nadie más.
Por momentos me imaginaba corriendo solo y luego volvía a la carrera. Antes de empezar, me había programado para hacer dos paradas para hidratarme: una en los 3km y otra en los 6km, pasé el primer kilómetro y no me sentía para nada cansado; sin embargo, varios corredores sólo caminaban o alternaban caminata y trote. Luego pasé el segundo kilómetro y aún me sentía con mucha energía y pensé que sería bueno ver hasta dónde podía sin descansar, porque sabía que el primer descanso me haría más lento el resto de carrera.
Así que al pasar el tercer kilómetro, no hice la parada pensada, y seguí de largo. Entre el tercer y cuarto kilómetro fue lo más complicado para mí, porque el sudor empezó a entrarme a los ojos, y durante parte del recorrido iba casi a ciegas, como pude, me lave los ojos con agua que llevaba conmigo, y seguí adelante.
Llegué al quinto kilómetro y recién empecé a sentir cansancio, pero no lo suficiente como para descansar. Mi cuerpo quería hacer una pausa, pero mi mente no quería, así que empecé a pensar en mi hijo de un año, que estaba esperándome en la meta: me lo imaginaba alentándome a seguir adelante (a pesar de que sólo dice pocas palabras).
Era todo lo que necesitaba, llegué al sexto kilómetro y me di cuenta que ya estaba por terminar la carrera, que ya faltaba poco. Entonces aceleré el paso y empecé a sobrepasar corredores, seguí a ese ritmo hasta llegar a ver la meta, que estaba a 100 metros.
Vi el reloj y marcaba 45:58, fue algo emocionante saber que terminaría en menos de 50 minutos, así que aceleré aún más. Cruce la meta y el reloj marcaba 46:16. No podía estar más satisfecho, me había superado a mi mismo y lo primero que hice fue buscar a mi hijo entre la multitud, lo encontré, le di un beso y lo alcé en brazos.
Así le daba fin a una travesía en la que me había embarcado semanas atrás, pero que definitivamente no será la última, porque luego de cruzar la meta por primera vez, no puedes dejar de hacerlo.