Julián García Wren
Director Media Maratón de Cúcuta
Horas y horas de entrenamiento de series, fondos, intervalos, fortalecimiento y demás por varios meses habían terminado. El trabajo estaba hecho y la ilusión de cada atleta por tener una gran carrera se alimentaba por el mágico entorno de la ciudad. Toda Berlín dispuesta para 44.389 personas de 133 países que se daban cita en una de las seis maratones más grandes del mundo. No había muro que impidiera contagiarse de la fiesta deportiva que se vivía desde el mismo momento de pisar el suelo de la ciudad donde reposa el récord mundial del maratón.
Transeúntes, conductores de servicio público, personal de los hoteles y restaurantes, entre otros, siempre con una sonrisa y un “good luck” para los que portábamos la manilla que nos identificaba como participantes de la maratón. Un distintivo puesto al momento del ingreso a la Expo, superando previamente dos controles de seguridad para confirmar la identidad del atleta. Quien no portaba el ID y la confirmación de inscripción no ingresaba, y punto. Vi a varios devolverse, eso se llama orden.

Luego, a disfrutar de cinco hangares del aeropuerto Tempelhof que cerró su servicio aéreo hace 10 años, pero que conserva su infraestructura y al que se llega fácilmente por metro o bus. Es el escenario para reunir a más de 90 mil personas y 190 expositores con todos los productos y marcas relacionadas al running. Buena caminata por mínimo dos horas que puede terminar con un café y una buena pasta en plena pista del aeropuerto.
Así se daba inicio a la maratón, ambiente de fiesta, alegría y mucho deporte que se palpitaba desde temprana horas en inmediaciones de la Puerta de Brandeburgo, el parque Tiergartnen o el río Spree, con corredores de todo el mundo que hacíamos un trote libre y suave para soltar los músculos después de un largo viaje.
A lo largo de sus 45 años de vigencia de la carrera, los alemanes entendieron que un evento de estas características solo les trae beneficios (sociales, económicos, reputación, etc.) y, por ello, demuestran con esmero, actitud de servicio y cordialidad su cultura con el atleta, con el turista que los visita con la excusa de correr por sus emblemáticas calles.
Ojalá nosotros en Colombia aprendamos algún día a sentir en nuestras ciudades el significado de este tipo de competencias y no atropellemos a quienes nos visitan o nos quejemos porque cierran un par de horas las vías un domingo por la mañana. Solo es tener cultura, tolerancia y civismo, así como gratitud y servicio para quienes nos visitan para hace deporte.

Para la organización, la carrera del domingo es el cierre con broche de oro a una serie de actividades diseñadas para los atletas. Sumada a la fascinante Expo, el sábado se realizó un trote corto de 6 km desde el Palacio de Charlottenburg, con finalización en la pista atlética del estadio Olímpico, donde han corrido leyendas como Jesse Owens, en 1936, o Usain Bolt, quien en 2009 impuso récord mundial en 100 m y 200 m. Al finalizar este entretenido recorrido, un desayuno de integración al aire libre ofrecido por la organización.
Por la tarde, las vías principales de la ciudad y la puerta de Brandeburgo acogieron a cientos de niños que tuvieron una divertida carrera 5K. Posteriormente, fueron los patinadores en línea, profesionales y aficionados, que ofrecieron unas extraordinarias pruebas y carreras de velocidad.
Al caer la tarde, allí mismo se hizo la presentación oficial abierta al público de tres atletas élites, en damas y caballeros, un evento muy animado y significativo. La atracción sin duda fue Eliud Kipchoge, quien manifestó con su característica humildad y sonrisa que iba a dar lo mejor de sí para romper la marca mundial. La tranquilidad de un campeón que sabía a lo que venía.
Toda Berlín volcada a la maratón
Impecable e inolvidable. Dos palabras que pueden resumir el domingo 16 de septiembre de 2018, cuando más de 44 mil almas pusimos a funcionar nuestras dos piernas por las hermosas calles de Berlín, buscando cruzar la meta luego de correr 42,195 kilómetros.
Fue un día maravilloso con clima ideal (entre 14 y 22 grados Celsius); un sol radiante que se perdía en medio de los frondosos árboles, arboledas y fascinantes e históricas edificaciones y el ambiente propio de una de las mejores carreras del mundo, la maratón de Berlín, que llegaba a su edición 45 y con la expectativa de un hombre hecho máquina listo para romper el reloj de la marca mundial de esta especialidad, Eliud Kipchoge.
Accesos rápidos a los lugares de salida, demarcaciones claras, personal de logística apoyando a los atletas y un marco espectacular con 44.000 corazones latiendo de emoción, se dio la largada a las 9:30 a.m. en punto para los primeros cajones. Luego, cada 3 minutos para cada uno de los bloques restantes, por lo que nunca se sintió aglomeración o riesgo a la salida, permitiendo que desde el primer instante el paso se podía marcar sin inconveniente.
En el piso, las tres líneas azules intermitentes que marcaban el paso a paso para lograr la exactitud de los 42,195 kilómetros, esas mismas que ya había pisado el gran Kipchoge minutos antes (u horas) y que ese día corríamos con él buscando hacer lo mejor. Él dio cátedra y batió la marca mundial, parando el reloj en un asombroso 2:01:39, un minuto y 18 segundos por debajo de la que existía en ese momento, también obtenida en Berlín, por Dennis Kimetto en 2014.

El apoyo de la gente fue impresionante. No hubo un metro de la carrera en que no existiera una persona dando aliento a los competidores. Bandas musicales nativas, de rock, de jazz, de clásica y de otros países como Asia nos acompañaron todo el tiempo. A ellos, los niños con sus manos extendidas, familias enteras, abuelos, mujeres y hombres que se apostaron en las vallas no dejaban de aplaudir y dar ánimo. Una fiesta total, pura emoción y cultura ciudadana disfrutando de su maratón.
Los dos últimos kilómetros fueron emocionantes y la cabeza y el corazón lo sabían. El público no paraba de aplaudir. Doblo la última esquina para entrar a la avenida principal y allí está, la imponente puerta de Brandeburgo, que se erige con sus inmensas columnas para abrir paso a los últimos 300 metros de la competencia.
La cruzo con toda la fuerza para el sprint final, es ensordecedor el aliento del público para los que estamos buscando la anhelada meta y los brazos se levantan para asegurar mi victoria con un grito de emoción del deber cumplido. Abrazo al vecino, felicito al guerrero que también lo ha logrado y vaya dicha, es colombiano, es paisano, uno de los 175 que cruzamos el océano para buscar nuestra propia gloria en la maratón de Berlín.
Muchas emociones encontradas por lograr el mejor tiempo en mi 6ª maratón (3:12:11). Recuerdos de los duros entrenos de madrugada, de las terapias para superar la lesión muscular que me sacó de las prácticas un buen tiempo, de los sacrificios que implica entrenar para una maratón y de la alegría de ya portar esa medalla en el pecho, fruto del esfuerzo y constancia.
Todo ello hace del 16 de septiembre de 2018 una fecha inolvidable, un día en el que 44.388 personas corrimos con una máquina ‘extraterrestre’ llamada Eliud Kipchoge, el #1 del mundo, la leyenda viva del maratón mundial.

Este es mi relato que comparto con ustedes por las enseñanzas y lecciones que viví en tan solo un fin de semana. Ver cómo una ciudad que fue destruida en la segunda guerra mundial hoy es una potencia y tiene en su maratón su icono, su diamante que pule año tras año para ofrecer un hermoso ejemplo de cultura, civismo y espectáculo para propios y visitantes, es una reflexión clave que me marcó esta experiencia.
Colombia tiene más de 80 carreras de calle al año. Quizá algún día aprendamos a apropiarnos de estos eventos deportivos como factor desarrollador de efectiva cultura ciudadana y de una mejor sociedad con más civismo, bienestar y sentido de pertenencia. Entre organizadores, institucionalidad, patrocinadores, medios de comunicación, ciudadanos y deportistas lo podemos lograr, está en nuestras manos. ¿Qué tal si le apostamos a ello?