Jamás imaginé correr a 23.000 kilómetros lejos de casa. El día que me inscribí a esta emblemática maratón veía poca probabilidad de ser seleccionado, entrar a un sorteo y ser elegido entre tantos runners de todas partes del mundo significaba tener una gran fortuna, pero así fue. Tokyo me escogió el pasado 3 de octubre y yo no podía de la emoción, saber que correría 42 kilómetros acompañado de tantos Pikachu y variedad de Goku’s y ser animado en éste recorrido por los personajes de Mario Bros.
Esta es mi segunda ‘major’, y me siento un poco más preparado, después de 20 semanas de entrenamiento llego con la tarea echa casi al pie de la letra, tratando de no dejar nada al azar, consciente de que “cualquier maratón siempre va a doler, pero con la capacidad para poder soportarlo”.
Sería mentiras decir que solo vengo a disfrutar de este espectáculo, pues he trabajado fuerte y tengo un propósito el cual es buscar la marca mínima de clasificación para lograr un cupo directo a la Maratón de Berlín, pues en esta oportunidad no quiero dejar todo a la suerte.
Mi objetivo no es ganar ni ser mejor que nadie, mi objetivo es retar a mi cuerpo y a mi mente, es superarme a mí mismo y convencerme una vez más de que «Los límites no existen».
Para ésta carrera llego con sentimientos encontrados ya que mi gran motor, mi hijo, no pudo viajar conmigo, pero él sabe que lo llevo en mi dorsal y en mi corazón acompañándome en cada paso, dándome la fuerza en cada kilómetro porque quiero enseñarle que se deben trabajar y perseguir los sueños. Vengo dispuesto a correr con mi cabeza y a cruzar la meta con mi corazón.
Alistamos maleta y nos montamos en el primer avión. Fueron más de 30 horas entre vuelos y escalas para llegar a nuestro destino, el cansancio es inevitable, pero la emoción puede más. Japón me recibe con gran amabilidad y cordialidad, por su gente, a pesar de la gran barrera que se crea por el idioma y la forma de comunicarnos. Es un país que me sorprende y me cautiva.
Llego 3 días antes de la maratón, la ciudad ya está vestida de fiesta, tiempo que aprovecho para aclimatarme, superar el “jet lag” y conocer un poco de su cultura. Visité varios templos sagrados y santuarios, me limpié con el humo del incienso y le lancé al gran buda monedas que saqué del marrano que rompí antes de venir, para que me cubriera con su gran barriga de todo mal y peligro, también le consulté por la suerte y la fortuna. La respuesta fue que éste era mi año, ahí lo entendí todo… salir elegido por el sorteo ya estaba en sus planes.
Es 3 de marzo en Japón y llegó el gran día, y este comienza con la primera de las cinco alarmas programadas por precaución. Primero, el desayuno, el mismo que se entrenó todo este tiempo y que ha funcionado bien: arroz, pan con mermelada y café. Según el estado del tiempo habrá un poco de frío, pero saldrá el sol, así que ajusto mi armadura, solo llevo manga larga y guantes.
Llego a mi corral a las 7:00 a.m. y el sol aún no se asoma, empiezo a ver corredores con plásticos, gorros y chaquetas para protegerse del frío, la hora de partida está fijada para las 9:10 a.m. Empiezo a moverme un poco, para buscar aclimatarme. Hace frío y el viento es helado y aún quedan 2 horas para que esto comience, así que debo ahorrar energía. Decido sentarme y buscar algo de calor al igual que lo hacen los demás, que se cubren con busos y chaquetas térmicas, de esas que ya cumplieron su ciclo y se botan antes de la partida, las mismas que luego recogen y van para las fundaciones.
Mientras pasa el tiempo, me mantengo hidratado, tengo bebida de carbohidratos, voy desayunando por segunda vez, llevo barras de proteína para la espera, pues ya han pasado 3 horas desde el primer desayuno que fue a las 4:30 a.m. y necesito recargarme de energía.
La alegría y la euforia de la gente era impresionante, a mi lado había un mexicano y un español, con los que hablamos mientras la espera y quienes iban por su SIX STAR MEDAL. Tokio era la última maratón para recibir la medalla especial, a uno de ellos se le salían las lágrimas de la felicidad, decía que aún no lo podía creer, que este sueño lo veía inalcanzable, que nunca se imaginó estar corriendo en Japón y daba gracias a Dios una y otra vez, repitiendo que los sueños sí se cumplen, y hay que luchar por ellos. Esto llego a lo más profundo de mi corazón.
Son las 9:10 a.m., los que tenían plásticos, busos, chaquetas y demás prendas empezamos a tirar todo eso hacia los lados. Esto arrancó, sonó la bala, hay pólvora, humo, papel picado, música. Empezó la fiesta… nos fuimos.
En los primeros metros no fue fácil correr, a pesar de estar en primera fila de mi corral habían muchos corredores adelante. Tuve que empezar a esquivar, es normal, siempre pasa, empezamos a sumar los primeros kilómetros, poco a poco fue apareciendo el sol, se siente el viento helado pero está perfecto el día para correr. Me siento cómodo, contento, estamos disfrutando, hay mucha gente animando desde las calles. Todo es una locura.
Paso el kilómetro tres y empiezo a sentir una leve molestia abdominal, sigo avanzando y se intensifica cada vez más, siento ‘dolor de bazo’, algo que para mí es poco común, no me pasa en los entrenamientos, no me pasó en las 20 semanas de preparación.
Era consciente que en algún momento de la carrera tendría que sufrir, pues es una maratón, es una prueba en la que se somete al cuerpo a un gran esfuerzo físico, pero por lo general lo más duro empieza después del kilómetro 30. Esto estaba hasta ahora comenzando y para mí ésta vez empieza la lucha muy temprano.
Trato de mantener un ritmo tranquilo, siguen pasando los kilómetros y ya es momento de hidratarme, también debo consumir el primer gel, pero me entra la desconfianza de que empeore la situación y deba parar.
Llego al km 7 y continúo luchando contra el bazo, en este momento se me empieza a nublar el panorama, siento preocupación de tener que abandonar y siento un poco de frustración, ¿Tanto esfuerzo para qué?, ¿Tanta preparación para esto?, ¿Tremendo viaje, porque hoy y porque bazo?.
Voy llegando al kilómetro y logro salir del bazo, empiezo a regularme, me estoy sintiendo mejor, aprovecho un punto de hidratación cercano para agarrar agua y me tomo el primer gel con algo de desconfianza, el cuerpo lo asimila bien, paso el kilómetro 10 y el tiempo está por fuera de lo planeado, así que ajusto el ritmo de carrera y me pego a un lote de corredores que llevan buen paso, además me cortan un poco el viento.
Decido dividir la carrera en tres partes para tratar de trabajar y engañar la mente, la primera parte es coronar el kilómetro 21, la segunda llegar al km 32 por debajo de las 2 horas, era lo que había entrenado.
Mi maratón empezaría realmente en la tercera parte, del kilómetro 33 al 42, ahí donde más duele, donde la energía se va agotando. Esos últimos 10 kilómetros eran los que tenía que correr con la cabeza y el corazón, y con el cuncho de ese bazo.
Fui avanzando y llegué a mi primer seguro, era la primera parte, el km 21, me sentía fuerte, pero sigo por fuera del tiempo estimado para la primera media maratón, aprieto un poco y me pongo al frente del lote que iba a ritmo de 3:40/km, ahora es el momento que yo arrastre al grupo, así es el running, a pesar de ser un deporte individual nos ayudamos en algún momento en la búsqueda del objetivo propio.
La hidratación funciona muy bien, voy por mi cuarto gel, he tomado sales, electrolitos y carbohidratos, paso el kilómetro 32 con energía, había gente en el público que me animaba por mi nombre, también gritaban !vamos Colombia!, estaba estampado en mi camiseta, aún no lograba recuperar esos casi 2 minutos perdidos, pero todavía quedaba carrera, pasé el 32 cerca de las 2 horas.
Ahora sí estaba iniciando mi maratón, nos faltaba la parte más difícil, pasando el km 33 ya empezaba a ver corredores con calambres, abandonando por molestias, fatigas, etc. Ahí empieza la mente a trabajar, rápidamente y pasa por mi cabeza un «flashback». En la Maratón de Boston el año pasado caí al piso por calambres en el km 36 la primera vez, y aunque me siento bien de energía y continúo sin ninguna molestia, iba un poco prevenido, seguía avanzando pero sin encontrar esas buenas sensaciones de los últimos entrenamientos, no me sentía suelto, al contrario las piernas me pesaban.
Los últimos tres kilómetros fueron eternos, y no porque fuera sufriendo sino porque no me rendía, me sentía amarrado, en ese kilómetro 39, los geles y la hidratación ya no me hacían efecto, ya se sentía el cansancio, las piernas se sentían duras. Ahí la recarga llegaba de pensar en la familia y en mi hijo, en los mensajes de ánimo de los compañeros y amigos.
Finalmente, el registro oficial de la Tokio Marathon Fundation marcaba que en 42.590 metros (eso marcó mi reloj), mi tiempo fue de 2:42:16, siendo el segundo mejor colombiano según el ranking de esta versión 2024.
Dicen que “el running es como la mafia, quien entra ya no sale”. Para mí, correr es un estilo de vida, es mi terapia diaria, disfruto hacerlo por minutos y horas, mantiene mi vida en equilibrio, me hace sentir vivo, así que seguiré madrugándole todos los días a desayunar kilómetros.
Gracias a Roland Pardo por enviar su experiencia.