Una carrera, dos miradas. La primera, es la del aficionado en la tribuna que, llevado por un cúmulo de emociones, deslumbrado por el atleta que lleva sus piernas hasta el límite, celebra el final de los 5.000 metros de los Juegos Panamericanos Junior, con algarabía. Colombia es bronce.
La otra mirada es la del atleta que, alejado del torbellino de sensaciones es crítico consigo mismo. «Pensé que la carrera había terminado una vuelta antes y perdí la medalla de plata», se lamenta Laura Espinosa con los pocos alientos que le quedan, con la voz entrecortada.
La última vuelta de la final de los 5.000 metros la llevó al límite y a romper todas las barreras. El cansancio, ese que va mermando fuerzas y agota las piernas hasta que un dolor punzante le indica al cerebro que pare. La tenía contra la pared, su mentalidad por unos segundos se apagó, porque para ella la carrera había terminado.
Cuando se dio cuenta de que parar no era una opción, su cuerpo, que buscaba el enfriarse y descansar, volvió a enchufarse, el vitoreo desde la tribuna fue un impulso especial para ella. «La emoción del fanático te lleva a más allá. Esos gritos me sirvieron como motor para no bajar los brazos, para continuar a pesar de la decepción, del dolor», resalta Laura, quien quizás se confundió al escuchar la campana que indica la última vuelta, pero la ventaja de la mexicana enredó la carrera para todas. la alerta era para Anahí Álvarez, que a la postre se quedó con la medalla de oro.
Fue un nuevo despertar, zancadas que fueron como un recorrido por su vida, desde su natal Boyacá, esa tierra de atletas corajudos, decididos y acostumbrados a ir más allá, su paso por el Proyecto Avanzado de Desarrollo de Mindeporte, hasta estos Juegos Panamericanos, que se realizan en Cali y el Valle del Cauca, y en las que nace el futuro.
Y ella con esas aptitudes que la han llevado a brillar a nivel suramericano, que con ese ritmo sostenido e incansable que demuestra, la siempre favorita en la prueba no baja el paso. Corre sola, como lo hacen las heroínas que se enfrentan a su destino para dominarlo o perder en el intento.
Y al final pasa la línea de meta tercera, bañada en sudor y con las piernas al límite, deseando no dar un paso más. pero aún así quedan fuerzas para levantar los brazos y a pesar a pesar del sinsabor de que el resultado pudo haber sido mejor. Pero sonríe porque sabe que la medalla de bronce es un logro gigante, en el que dio una lección de fortaleza mental.
Fueron sus últimos 5.000 metros como sub-23, los de la graduación, los de la esperanza. Bajó, por primera vez en su carrera los 17 minutos, al cronometrar 15:56.74, con el que mejora su marca personal, resultado que es un impulso para continuar con paso firme.