No era la primera vez que afrontaba una carrera de trail, pero quizás sí era la primera que hacía pensando más en correrla que en ir a hacer reportería y fotos.

Ese fue el reto que aceptamos cuando nos invitaron a estar en la sexta edición del Cordillera Trail, catalogada como la más dura del país y del continente, por lo menos en las distancias de 10 y 21 kilómetros que afrontaron los más de 1.000 runners.

Los paisajes y el aire puro son la constante en el recorrido.

Tenía claro que asumir un trail sin la preparación adecuada puede resultar contraproducente y exponerse a lesiones, por la exigencia y la irregularidad en el recorrido. Por eso, no quise hablar con el atleta que me ayuda con los entrenamientos, porque seguro me iba a decir que no lo hiciera…

Desde San Antonio del Tequendama hasta el Parque Nacional Chicaque, se subieron 1.300 metros de desnivel positivo, para la carrera de 10 kilómetros, que fue la que afrontamos.

Al inicio las subidas combinaban terreno destapado y placa huella.

Asumimos el reto porque sabía que había trabajado algo de fuerza y porque los cerca de 2.000 kilómetros en bicicleta, en lo que va de la temporada, nos podían ayudar. Pero faltaba el running, golpear el pavimento y hacer montaña.

Unas cuantas jornadas de running, tres semanas antes, aunque con poca dosis de montaña, y un par de citas con el gimnasio fue lo que se alcanzó a hacer de preparación.

La exigencia en algunas partes apenas permitía ir en línea con otros runners.

Llegamos a San Antonio del Tequendama, casi dos horas antes del inicio, lo que nos permitió estar tranquilos antes de la salida, comer, hidratar y calentar. Incluso aprovecho para felicitar a la organización y al patrocinador Ortopédicos Futuro, por elegir a un atleta profesional para el calentamiento y la puesta a punto antes de la prueba.

Jacobo de León, un lanzador de martillo, fue el encargado de esa tarea, e insistió en que lo más importante era poner a punto las articulaciones para la exigencia que se nos avecinaba. Por eso la movilidad articular y la entrada en calor, fueron planeadas para runners y no una clase de aeróbicos que nos dejaran cansados desde el inicio.

El único sector de terreno plano estaba en el puntos de hidratación del km 8.

Empezamos la prueba bajando, lo que presagiaba una pesadilla después, para completar esos 1.300 metros de ascenso. Y así fue, desde el kilómetro uno empezamos a subir, rampas en placa huella y escaleras que nos llevaron hasta el primer punto de hidratación, en el kilómetro 3, antes de adentrarnos en el monte, en la cordillera.

Desde ahí empezó la agradable tortura, en terreno montañoso, destapado y con gradas en piedra, como los caminos indígenas de nuestros antepasados. En el segundo punto de hidratación, en el kilómetro 5,6, aprovechamos el abastecimiento para comer algo de fruta, dulce y más líquido, porque se venía lo peor, o quizás lo mejor, porque de eso se trata el trail, de disfrutar los paisajes y sacarle provecho a la exigencia del terreno.

Hasta los atletas más experimentados sufrieron en las escaleras finales.

Siempre estuve pasando gente que había salido rápido, me extrañaba incluso que adelante aún habían señores mayores, algunas mujeres y hasta niños.

Cuando pasamos el kilómetro 6 nos fuimos en un grupo como de seis personas más, asumiendo con tranquilidad los ascensos, pero sin dejar de trotar, aunque en algunos sectores era imposible no caminar, ya sea por lo estrecho del terreno, por la inclinación de la subida, o sencillamente porque las fuerzas cada vez eran menos.

La llegada al parque fue acompañada con las voces de ánimo de la gente que estaba en el lugar.

Sabía que en el kilómetro 8 venía lo más difícil, porque se subían 500 metros de desnivel en dos kilómetros, con unas interminables escaleras al final.

La verdad, me sentí fuerte pero iba guardando fuerzas. A tal punto que las rampas del 25 y 30 por ciento las asumí sin parar y a buen ritmo. Mis compañeros de travesía se empezaron a quedar y a otros sencillamente los pasaba estacionados.

No podía faltar la foto en la meta con el premio y el chaleco que dieron a los finishers.

Cuando completé los 10 kilómetros vi que faltaban las famosas escaleras, que después me contaron que eran 176. Fue entonces cuando en lugar de quejarme, me la gocé y hasta grabé un video de la llegada, que podrán ver en nuestro instagram @running_Col.

Antes de cruzar la meta, muchos nos hicieron barra en la entrada al parque y esa emoción es indescriptible. Me sentía Saul Padua, a la postre el ganador, que también estaban entre los que animaban a los runners.

Sabía que había alcanzado a mucha gente, como para estar entre los 200, que me parecía bueno, teniendo en cuenta que más de 500 habían tomado la partida de los 10 km.

Sin embargo, nos sorprendimos, cuando nos dijeron que había ocupado el puesto 50. Mi reloj marcó 1 hora y 36 minutos, y 162 pulsaciones de promedio, pero el oficial del chip, quizás porque no salimos adelante, registró 1:42. Eso era lo de menos.

La verdad, quedé feliz, emocionado y antojado, pero eso sí con la convicción de que tenemos que prepararnos cada vez mejor. Y lo más sabroso fue que no nos quedó doliendo nada, como quién dice… ¿Cuándo es la próxima?

Las fotos particulares del evento las pueden conseguir con Gustavo Velosa, tel: 3118148378.