La venezolana Yulimar del Valle Rojas sabía que estaba ante su destino. Era el último salto, ya tenía la medalla de oro asegurada en el salto triple, la especialidad que domina como ninguna por estos años.
El Estadio Olímpico en Tokio se encontraba semivacío (por las normas sanitarias), pero igual “vibraba” en la noche de este domingo 1 de agosto. El quatarí Barshim y el italiano Gianmarco Tamberi acababan de “sellar” un emotivo pacto para compartir el título del salto en alto, el brasileño Alison Brendom Alves dos Santos se aseguraba su pase a la final de los 400 metros con vallas y se aguardaba la final de los 100 llanos, que iba a darle la gloria al italiano LaMont Marcell Jacobs…
Yulimar igual pidió palmas, igual siguió el rito de cada una de sus presentaciones, se animaba así misma, gritaba al vacío. Inició su carrera, algo despareja en algún momento, pero firme al tomar la tabla de batida. Y después la ejecución fue convincente: la depositó a 15 metros y 67 centímetros, estableciendo el nuevo récord mundial, ese que tanto había perseguido. El viento había soplado a una velocidad reglamentaria de 0,7 ms. y comenzaron los festejos.
La marca anterior estaba en poder de la ucraniana Inessa Kravets con 15,50 m. desde el Mundial de Gotenburgo, el 10 de agosto de 1995, cuando Yulimar aún no había nacido. Desde entonces, fue un registro “lejano” y señalado a veces como “imposible” para generaciones de triplistas.
Pero la progresión de la venezolana en los últimos tiempos –logrando 15.43 m. un par de veces y hasta con algunos saltos “nulos” superiores a lo de Kravets- permitían esperarlo.
Yulimar Rojas, la subcampeona en Rio 2016 en un épico duelo con la colombiana Caterine Ibargüen, no tenía dudas que el oro era para ella. Única atleta en forma consistente sobre los 15 metros, bicampeona mundial al aire libre (Londres 2017-Doha 2017) y en pista cubierta, mostró de entrada sus cartas en esta final: 15 metros y 41 centímetros, récord olímpico.
Por su parte, Caterine Ibargüen -37 años, una verdadera gloria del atletismo sudamericano, no podía colocarse entre las ocho que dispondrían de seis altos y cierra su campaña con un décimo puesto, tras su registro de 14,25 m., muy digno después de un par de temporadas plagadas de lesiones.
La lucha se centró por el segundo lugar, que se llevó la portuguesa Patricia Mamona al desbordar los 15 metros (15.01) en su cuarto salto. Y por allí –en intenso duelo con la jamaiquina Shanie Ricketts– se ubicó la española Ana Peleteiro en gran superación personal, con 14.87 m. que le dieron la medalla de bronce. Ella es, además, la compañera de entrenamientos de Yulimar Rojas en Guadalajara, cercanías de Madrid (España), donde ambas tienen la guía técnica de uno de los mejores saltarines de largo de la historia, el cubano Iván Pedroso.
Después de marcar el rumbo de la prueba con su primer intento y récord olímpico, Yulimar buscó denodadamente el récord mundial, arriesgando en cada carrera y en cada ejecución. Tuvo un buen 15,25 en la cuarta ronda, fue nulo el quinto que también parecía récord y demolió la marca de Kravets en el último.
La actuación de Yulimar Rojas queda como una de las páginas más relevantes de la historia del atletismo sudamericano. En el caso específico de su país, la primera medalla olímpica también fue lograda por un triplista, Asnold Devonish, en los Juegos de Helsinki (1952) cuando quedó tercero. Luego vino una generación de formidables velocistas durante la década del 60, que se lucieron precisamente en Tokio al llegar a la final del relevo 4×100.
Pero Yulimar Rojas colocó al atletismo venezolano en otra dimensión. Se había iniciado en otras pruebas (salto en alto y salto en largo) hasta que hace seis años se consolidó definitivamente como triplista. Un físico privilegiado con una tremenda saltabilidad, una mentalidad de campeona y depurados detalles técnicos a cargo de Pedroso la convirtieron en una atleta imbatible en los últimos tiempos.
Yulimar nació en Caracas el 21 de octubre de 1995, pero creció en Puerto La Cruz, Anzoátegui. Un padre ausente y la primera guía de Jesús Velázquez en el atletismo parecía –por su temprana vocación en vóleibol y su estatura- destinada al salto en alto, prueba en la que llegó a marcar 1,87 metros con 18 años. O al salto en largo, que aún sigue intentando como complemento (hace pocas semanas sorprendió con 7,27 m. con viento a favor).
Pero el punto de inflexión lo marcó 2015, cuando tomó contacto con Pedroso. Los dos títulos mundiales bajo techo (2016 y 2018) y los dos al aire libre (Londres 2017, Doha 2019), después de escoltar a Ibargüen en los Juegos de Río de Janeiro la elevaron a la cúspide del triple salto.
Alcanzó un récord mundal indoor con 15,43 m. el 21 de febrero del año pasado, en Madrid, y repitió esa marca al aire libre el pasado 22 de mayo en Andújar. Solo le faltaban el oro olímpico y el récord mundial, una dupla que acaba de coronar en esta noche mágica de Tokio.
Se convierte así en la primera atleta sudamericana con un récord mundial outdoor. Y une su nombre a nuestra lista de héroes, campeones olímpicos surgidos de la región: los argentinos Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera, los brasileños Adhemar Ferreira da Silva, Joaquim Carvalho Cruz y Maurren Maggi, la colombiana Caterine Ibargüen, el ecuatoriano Jefferson Pérez y el panameño Irving Saladino.