Por: Harold Moreno
El día de la carrera todo es ansiedad desde que te levantas 4:00am. No importa si estas solo o en compañía de las persona que te aman, igual recuerdas las palabras de apoyo de todos los que piensan en ti y te llevan en el corazón, ahora tienes un compromiso con ellos. Te han visto entrenar y saben que vas tras un objetivo, correr 42 K, esta vez en la hermosa ciudad de Medellín, te alientan amigos y familia, todos por igual, por todos ellos corres, en mi caso especialmente por mis hijos que amo profundamente, quiero ser un buen ejemplo.
¿Y si no lo logras? El compromiso será el doble, pues el año entrante intentarás darte la revancha superando los inconvenientes vividos en esta.
Ya está todo listo para la partida, estás en medio de miles de personas que corren como tú y que de hecho ninguno de ellos va por la medalla de ganador, no somos élites, somos corredores aficionados de calle, nos vamos a sentir ganadores con la medalla de participante que para nosotros tiene el mismo valor que la entregada al keniata que ocupa la primera posición, para nosotros el valor es el de llegar a la meta. El o la atleta africano que por lo general llega primero, tiene el mismo reconocimiento que él que llega de último y cruza la meta.
Alguien describe al corredor de calle como un “loco” y no entienden qué necesidad tiene de estar allí cuando podrían estar el domingo acostado en su cama viendo la tele. Pero no, nosotros tenemos un reto personal que hemos preparado y vamos a sufrir para conseguirlo, porque lo que nos caracteriza es que no nos conformamos con una vida normal, necesitamos el reto a cumplir, la palabra disciplina y esfuerzo corre por nuestras venas.
Empieza la carrera, suena el himno nacional, la gente se mueve y se siente la adrenalina en el ambiente. Salen las gacelas (el grupo de élites) adelante y tras de ellas miles de corredores aficionados, que mas adelante en algún tramo de la carrera, ven pasar en sentido contrario ya de regreso a meta a los competidores élite y solo pueden sentir gran admiración, pasos largos, cero porcentaje de grasa en el cuerpo y siempre la mirada adelante, visualizando el camino a la meta, verlos es emocionante.
Los primeros kilómetros te sientes cómodo, sabes que has entrenado para 42k y vas en el rango de los 10k, hay un poco de fatiga pero las piernas y el corazón llevan buen ritmo. Te sientes entre lo planeado, así como también ves ya gente caminando y hasta algunos con mareos y reacciones que te dan a pensar que no estaban listos para esto, pero tú sí que lo estas.
Luego del kilometro 10 al 20 se parte el grupo, los que van a correr los 21K van por un lado y los de 42k van por el otro. El grupo se reduce drásticamente y tienes la oportunidad de disfrutar el recorrido, aprecias la ciudad, sus calles, la gente que apoya y a la cual en silencio pero con un dedo arriba, le das gracias. Sientes que debes regular el paso, falta mucho y no puedes cometer los errores que ya pagaste en media maratón o en 15 y 10k anteriores, que te sientes con fuerzas y aprietas, aquí es a otro precio, ya te conoces y sabes que apretar ahora te puede costar al final y hay que conservar energía mental y piernas.
Del kilometro 20 al 30, empieza una subida que crees que no va a acabar nunca, las piernas empiezan a sentir el trabajo, te acosan las lesiones viejas, sientes que tu pierna no va bien y empiezas a sentir un nuevo sudor, el sudor en las manos por los nervios que nada tiene que ver con el del natural del cansancio, este que se produce porque temes que una lesión te deje por fuera y entra la angustia. Pierdes velocidad, ves al grupo que lleva tu ritmo alejarse poco a poco, pues si no mermas te puedes quedar allí… pero como sabes que eso podía pasar, llevas cremas que te aplicas, te tomas un gel y vas suave, ahora lo importante no es terminar, lo importante ahora es mantenerse.
Sigue la subida y piensas que los que van en retorno ya llegaron arriba y es tu esperanza también terminar la subida, ves con preocupación cada vez más gente caminando y quieres que no te toque a ti parar, aunque tu entrenador te haya dicho “Si hay que parar, pare”. Tu terquedad no te deja, te dices a ti mismo: “Para esto me entrené mucho”. Hay un desconcierto en el camino, crees que ya has llegado al punto de retorno y resulta que no, es mas allá, preguntas a uno de los chicos de logística: ¿cuánto falta para llegar arriba?, te contesta 2k y , piensas ufff… a veces es mejor no preguntar. A estas alturas 2k subiendo son muy difíciles, pero hay una buena noticia, la lesión baja, ya no molesta tanto, eso quiere decir que las cremas y los geles hacen su efecto y te dan un parte de tranquilidad, es allí cuando la subida termina.
¡Del kilómetro 30 al 40, descenso! Y además punto de alimentación, ¡Gracias Dios!, haces una mini parada para alimentar tu cuerpo que ya lo venía pidiendo, un par de bananos, bebida hidratante un par de bocadillos, agua fría te hacen sentir feliz y entiendes y valoras la alimentación, pienso “esto es lo más rico que me he comido” pues lo necesitaba, aunque el cuerpo está muy maltratado tienes un nuevo aliento. Superaste la barrera de los 30K y ahora en descenso, ya la meta está cerca, la gente entre más cerca está la meta, más anima y entiendes que aunque las sensaciones de todos los corredores son parecidas, los cuerpos y entrenamientos son diferentes y no reaccionan de igual manera. Te decían que los últimos kilómetros son más suaves e incluso puedes apretar el paso, pero eso no lo sentí yo, no podría apretar el paso ahora no tengo con qué, cada uno se hace más largo y demoro más.
Del kilómetro 40 al 42, son los más bonitos por la gente, encuentras grupos de participantes que ya llegaron y con sus familias y amigos te animan, te dan la mano, hasta te abrazan sin conocerte y sin importar que estas sudando, no les importa, y hasta corren al lado tuyo, te ofrecen agua. Lo que más impacta es que no te conocen, no son nada tuyo, no los vas a volver a ver, no saben quién eres tú y aun así te animan, porque ellos entienden que tu eres parte de la familia de estos “locos corredores de calle” que trabajan, estudian, tienen hijos, familia y no sé qué más compromisos y actividades y que aun así sacan el tiempo y dinero para estar allí y eso nos hace como una familia.
Ya llegan los últimos 200 metros y ves la meta, el cansancio se acaba, la nostalgia te invade, las vallas repletas de gente animándote te hacen sentir que llegaste de primero, así seas el último, ves el cronometro, levantas los brazos y cruzas la meta. 4 horas 32 minutos tu tiempo (este número ya no me interesa), te dices lo logré, en mi caso salen lagrimas y tengo la fortuna de tener a mi esposa esperándome, tengo la frustración de no tener a mis hijos aquí, pues vengo de muy lejos y los recursos no dan para tanto, pero a ellos los llevo en mi corazón y en otra oportunidad podremos correr los últimos metros cogidos de la mano. Sientes la gran satisfacción del deber cumplido, que se ve reconocido con una medalla que es tuya y que tendrás en el lugar mas visible de tu casa.