Por: Alejando Asprella

Comencé con esto del running hace cuatro años y sin querer. Más o menos a los 40 descubrí que era hipertenso y gozaba de un colesterol elevado, esto, sumado a mi sobrepeso de 20kg, era una bomba de tiempo silenciosa generando por años, una y otra vez el reclamo estéril de mi cardiólogo por un cambio de vida y de hábitos.

Sólo cuando aparecieron unos síntomas visibles preocupantes percibí que había llegado el momento de hacer algo. Comencé a los 57 años caminando en la cinta unos veinte minutos diarios y luego al ver que mejoraba lentamente mi peso, fui aumentando tímidamente hasta que un día por casualidad me encontré trotando en la vereda de mi casa, otro en el parque, otro en el bosque, en una carrera corta y otro entrenando con Diagonales Running Team, hasta el 2014 en el que competí en 32 carreras y salí campeón anual en mi categoría en el Grand Prix local.

Un paso llevó al otro y aquello que nunca, siquiera, había sido pensado como sueño o como posibilidad apareció ahí: correr los míticos 42.195 km del maratón y en la ciudad de Nueva York.

Con algo de pudor hice las consultas del caso para corresponder a las preocupaciones familiares : “… no será demasiado, no te estás excediendo ?…” El entrenador ya me había dicho que era posible con una buena y exigente preparación y que los antecedentes de mis carreras , entre ellas varias medias maratones y una carrera de 30km, hablaban a favor de la posibilidad, pero que era necesario el visto bueno médico.

El cardiólogo, ya me había mirado con cara fea cuando un año antes quise hacer la primera media maratón por lo que no necesito explicar su gesto de ahora : “ estás haciendo más de lo que te indiqué , con unas carreras de 5 y 10 km ya estaría satisfecho, pero más… es tu responsabilidad “.

Le propuse incorporar la consulta a un deportólogo nutricionista para demostrar que no hacía caso omiso a su consejo, pero que finalmente no abandonaría la idea. La doctora a quien visitaba por primera vez me preguntó la edad. , me miró de arriba abajo (noté que evaluaba todavía algún exceso de kilos en mi abdomen) y me dijo lacónicamente: “ correr un maratón? …o mejor correr y caminar…? Y además con el estrés de un país extranjero…?”

El ambiente no era del todo favorable y me preanunciaba que iba a tener que trabajar duro en todos los aspectos entrenamientos, cantidad de evaluaciones médicas y laboratorio, preparación mental, cuidar mi alimentación, toma religiosa de los medicamentos crónicos y lo que era más difícil, mostrar seguridad (la que yo no tenía) a mi entorno para tranquilizarlos.

Sin demasiadas expectativas me anoté en el sorteo de febrero para Nueva York pero no me sonrió la suerte en ese momento. Tuve luego que ver la posibilidad de concretar con una agencia de viajes local vinculada a la organización, pero cuando vencí la indecisión ya se habían agotado los cupos disponibles. Seguí tranquilamente mi preparación y cuando ya había renunciado a la posibilidad me avisan que había aparecido una plaza vacante.

Era un jueves y justo ese domingo corría los 30km de La Plata. Pedí que me la reservaran hasta el lunes para evaluar cómo saldría en la carrera, lo que me daría un indicio de mi preparación. Hice la carrera de 30k cómodamente en 2h 45min. y salí segundo en mi categoría. Me tiré de cabeza!

Viajamos cinco días antes para hacer un buen aclimatamiento, mi compañero de viaje fue mi hijo Santiago, un apoyo logístico fundamental por su inclinación al deporte y porque solemos entrenar juntos en Diagonales Running Team.

La organización impecable: en unos minutos sin apretujamientos ni colas (más de 50.000 inscritos!) pude tener mi dorsal y remera. Como siempre, la expo estaba próxima y tan grande como un edificio e invitaba a un shopping deportivo extremo, al que nos sometimos gustosos con Santiago ( lo sufrimos luego en la caja!).

El viernes anterior a la carrera fui a trotar al Central Park y me sorprendió la organización que montaba aceleradamente instalaciones, cartelería, etc. Y un gran movimiento de aficionados que trotaban y tratábamos de ver y “visualizar” los últimos metros del recorrido, en un intento desesperado por bajar la ansiedad y nerviosismo de las últimas horas.

El día de la carrera.

Me levanté nervioso y con gran excitación, el total el traslado desde el hotel hasta la largada implicó más de tres horas, considerando también sectores de caminata, controles de seguridad, colas para los baños, colas para entregar la ropa que debíamos descartar, colas para acceder a los corrales,… el tiempo pasó y llegué bastante justo a mi corral que se cerraba una hora antes de la largada.

Al inscribirse a la carrera uno debía optar entre dejar las pertenencias en un camión de correo junto a la largada (lo que otra vez implicaba largas colas al principio y al final) y retirarlo a la finalización, o simplemente descartar la ropa antes de largar (ésta se juntaba y luego se entregaba a grupos de caridad) y recibir entonces al final de la carrera un “poncho” (capa celeste) para abrigarse. Opté por la segunda con lo que tuve que descartar la ropa de abrigo que llevaba (me había puesto ropa ya gastada). Esos días habían sido muy fríos, aunque el día de la carrera fue amable (me sobró abrigo).

En el predio de espera, en la punta del puente se ofrecía café, facturas, agua, geles, etc y se veía a cantidad de personas esperando acceder a los corrales en sus respectivos horarios. Como dije, esto le pasó a la mayoría, pero en mi caso no pude ni sentarme ya que llegamos con horario justo.

Con mi nutricionista habíamos preparado una ingesta durante las últimas tres horas que se me vio alterada por el traslado tan largo y porque mientras viajaba fui charlando con gente del montón como para aflojar la tensión y distraerme. Me encontré con que no había respetado los horarios y se me vino la hora encima con lo que terminé comiendo (y compartiendo) turrones, vauquitas en cualquier órden y desorganizadamente. En el apuro de la llegada se me quedó un sobrecito de sal que había dispuesto para la parte final de la carrera. Para refuerzo llevé varias gomitas energéticas.

El hecho de que prohibieron el uso de mochilas de hidratación me quitó una herramienta a la que me había acostumbrado para largas distancias y luego lo noté.

Avanzamos finalmente hacia el acceso al puente Verrazano desprovisto del abrigo. Mantuve unos guantes, un cuello y una vincha (para frenar la transpiración en los ojos) que luego al subir la temperatura me molestarían en toda la carrera.

Por los altoparlantes indican, luego de un saludo, que se está próximo a largar. Luego el himno “a capela”, los músculos se tensan, torrente de adrenalina y la sensibilidad a flor de piel: tantos meses de preparación, de esfuerzo y de expectativa se cristalizan en ese momento…
De golpe un cañonazo, me corre un escalofrío por la espalda, y comienza a resonar la voz de Frank Sinatra cantando New York, New York…

En los primeros 1.500m hay que trepar algo más de 50m de altura (largo total del puente 3km) y eso ayuda a morigerar el ímpetu inicial, forzando a un ritmo ralentado.

A la bajada del puente (ya en Bay Ridge- Brooklyn) termina este tiempo de concentración, interioridad y retiro ya que en la primer avenida comienza a aparecer el bullicio de la gente y la música en vivo (pequeñas y grandes bandas todo a lo largo del recorrido). Ahora sí, luego de los primeros kilómetros recorridos y el motor en temperatura, comienza una fiesta.

El fenómeno de la gente es digno de analizar ya que no tiene antecedentes, se trataba de un domingo a la mañana y resultaba curioso ver a familias enteras pasando horas junto a la carrera para tener algún contacto con los corredores. Una fiesta popular en la que exaltados, gritaban el nombre de los corredores y extendían la mano para chocar “los cinco”

Para los newyorkinos el maratón es una fiesta de la ciudad, se sienten orgullosos del evento, lo disfrutan, y seguir haciéndolo es la garantía de permanecer como el maratón más famosa del mundo. En comparación, en nuestro país (Argentina) las reacciones del público son muy tímidas, las expresiones de aliento y la curiosidad se agotan rápidamente.

Por Brooklyn, Queens y el Bronx, se corre más de la mitad de la carrera. El paisaje es de barrios comunes con casas bajas de tres o cuatro pisos, tal como vemos en las películas, ofreciendo un contraste interesante y variado al recorrido de la carrera ya que al acceder a Manhattan aparecen los grandes rascacielos.

Desde Brooklyn se accede a Queens cruzando por el puente Pulasky Bridge que marca los 21km de la carrera. Este puente tiene 860 m. de largo y una altura de unos 20m desde la zona más baja. Una buena vista de los edificios de Manhattan

En el km 25 se accede ya al puente Queensboro (o puente de la calle 59) que une Queens con Manhattan. Este puente es muy significativo en la carrera, la pendiente a vencer alcanza casi los 50m en un desarrollo de algo más de 1km.

El puente nos depositaba ya en Manhattan en la First Avenue y faltando cien metros para el final del puente se empezaba a sentir un bullicio enorme, por la cantidad de gente que se había agolpado en ese sector, sin duda el más numeroso, para seguir alentando a los corredores. En este sector habíamos definido con Santiago una esquina para saludarnos , pero por la cantidad de gente fue imposible vernos en ese momento lo que nos generó una cierta tristeza ya que deseábamos ese encuentro y yo especialmente pensando en recuperar fuerza moral para el resto de la carrera ( era el km 27)

La First Avenue corriendo hacia el norte de Manhattan nos llevaba hacia el Bronx (zona que habitualmente sólo se vista con motivo de esta carrera) al que accedimos por el puente (otro más) Willis.
El recorrido en este sector es corto (aprox. dos kilómetros) y finalmente volvemos a Manhattan pasando por Harlem y atravesando el último puente: Madison Av. Bridge.

El puente nos devuelve a Manhattan pero ahora por la Quinta Avenida (Fifth Av.), estábamos en el km 34. Ahora empezaba propiamente el maratón. Este último puente fue crítico para la carrera, en mi caso, al bajar comencé a sentir fuertes dolores en las piernas (los vastos internos junto a los cuadriceps) lo que castigó el ritmo que traía.

El cuerpo se quedaba sin reservas y parecían no alcanzar ni los geles ni las gomitas. Los puestos de hidratación a cada kilómetro se empezaron a llenar de corredores ávidos de líquidos lo que sumado a la cantidad de corredores que caminaban hacía imposible no chocarse.

La Quinta Avenida sube unos 35m, y la parte final en el Central Park también tiene sus pequeñas colinas no significaban una gran pendiente pero en aquella situación de agotamiento… entendí lo que otros corredores en crónicas de carrera, denominaban el “infierno del Central Park”.

Ya sobre el final, corriendo por la calle 59 en el límite sur del Central Park, y faltando unas pocas cuadras, pude finalmente ver a Santiago lo que fue una gran emoción y un estímulo para las pocas fuerzas que quedaban.

La llegada fue emocionante y el agotamiento extremo contrastaba con la alegría del final aunque los rasgos duros y contracturados del cuerpo no permitían todavía exteriorizarla. A los poco metros la entrega de la medalla, una capa de papel plateado para aislar del frío y una bolsa con hidratación.

Mi tiempo oficial 4 horas 13 min.43 seg., posición en mi categoría 282 de 1.038 corredores, 17.167 en la general de 50.530.

Había que seguir caminando todavía como un kilómetro por el Central Park (hacia el norte), por unos senderos exclusivos de corredores, sin público a la vista, para poder salir al sector donde estaban los familiares (también localizados en sectores). Era, tal como en la partida, una procesión lenta, silenciosa, cabizbaja y meditativa la que avanzaba entre los árboles. Tratando de recuperar el aliento, las fuerzas y también dando paso a la emoción que descargaba más de una lágrima y hacía nudos en la garganta. Cada cual cobijado bajo su capa tratando de hacer conciente, asimilar y capitalizar aquella sensación de esfuerzo supremo y satisfacción por haber entregado todo.

Al llegar a Columbus Circle estaban los familiares que pese a estar sectorizados no era fácil encontrarse. Después de un par de vueltas por fín lo encontré a Santiago y lo abracé por largo rato buscando aferrarme a algo seguro, firme y estable.

Seguimos caminando por la 7a. Av. hacia el hotel, rápidamente volvían las fuerzas. Ya más tranquilo, la satisfacción de la misión cumplida. La gente te saludaba y felicitaba por la calle como si fuéramos héroes.

Esa noche fue de festejos y por las calles de la ciudad todos los finishers mostraban orgullosos sus medallas en el cuello lo que despertaba infinitos comentarios con quien se cruzara.

Dicen que la maratón de Nueva York no es la más rápida y sin embargo su entorno, su atmósfera, la euforia y exaltación que produce la han hecho la más famosa y la más participada por corredores del mundo entero.
Me alegro de haber sido partícipe de este evento extraordinario y agradezco a todos los que me apoyaron para lograrlo:

Agradezco en primer lugar a mi familia que me en esta revolución del running, a los profesionales que me acompañan y controlan, mi cardiólogo, mi nutricionista y deportóloga, mi terapeuta.

En especial tengo que agradecer a Claudio Cuello (y Germán Cuello como entrenadores de Diagonales Running Team) por haberme conducido en el arduo camino de la preparación. Aportando el conocimiento técnico y sabiendo regular las euforias y los desalientos de las rutinas, ofreciendo personalmente siempre una voz mesurada de aliento. También a los chicos del grupo ya que en el esfuerzo individual vale mucho lo comunitario y el espíritu de cuerpo que se genera que ayuda en los momentos de desgano.

Aclaro que no corro porque me considere un atleta (que no lo soy) ni porque tenga una vocación pura y desinteresada en el deporte (como algunos amigos sí la tienen), sino porque: …me estimulan los desafíos, mantengo a raya mis dolencias crónicas, me sostiene la autoestima, me descubre nuevas posibilidades y límites de mi cuerpo, me sirve para conocer y compartir con otras personas, puedo ver las ciudades y paisajes desde otro punto de vista, me libera la mente,… …me hace sentir vivo,… ¡sólo por eso!